13/06/2020

De apegos y heridas en aislamiento

De apegos y heridas en aislamiento
Abuelos y Nietos
Abuelos y Nietos

Por Ana Arriza.“Quedate en casa” era el lema repetido hasta el cansancio. Quedate en casa. En tu casa, la casa que compartís con tus hijos, con tu familia, con tu pareja y, a veces también, con tu propia soledad. Este súbito cambio de reglas puso bajo la lupa nuestros modos de vivir y de vincularnos.En casa para algunos significó lejos. Lejos de los nietos en los que pueden ser los últimos días, lejos de los amigos que precisaban una mano, lejos de las parejas que recién empezaban a conocerse, de los amantes que cuidaban las heridas más secretas, lejos de los padres que eran nuestro mayor sostén, lejos de los hijos que eran nuestro mayor sostén, lejos de ese compañero que podía convertirse en el amigo de toda la vida. Los vínculos afectivos nos nutren y sostienen durante las crisis y son lo más amenazado en ésta.

El aislamiento fue un tiempo suspendido, un silencio en el pentagrama de la vida. La verdadera travesía comienza ahora, que abrimos las puertas y salimos a cruzar los puentes tendidos

Para otros, en casa puede ser demasiado cerca. Demasiado cerca del que agrede y lastima, demasiado cerca del que -con los años- se convirtió en un extraño, de la pareja de la estábamos por separarnos, de los hijos con los que no aprendimos a compartir espacio, demasiado cerca en familias que recién se ensamblan y todavía no se consolidan, de quienes apenas se animaban a probar la convivencia con todos los temores y necesitaban un ritmo más pausado, demasiado cerca sin silencio, sin espacio, sin alternativas. 

Todos los apegos, las heridas a flor de piel. Para muchos, un duelo. Para algunos, una oportunidad. Para casi todos, un aprendizaje.

Hay una dinámica de cohesión grupal que se conoce como “pies atados” y consiste en atar los pies de todos los miembros de un grupo, uno con otro, derecho con izquierdo, y desafiarlos a cumplir una tarea. Y esperar. Esperar a que tropiecen y se caigan, a que se rían, a que se enojen, a que se organicen, a que discutan, a que coordinen, a que comprueben que lo logran o que podrían lograrlo.Quedarse en casa no fue una opción, fue una necesidad sanitaria. También fue una distancia en la que se hizo inevitable tender puentes para no perder los afectos. Un punto de quiebre que cristaliza lo que no debe perpetuarse. En algunos casos, fue la ocasión única de encender una vocación paterna que no había tenido -aún- el  lugar para brotar o para descubrir que, el que una vez fue el amor de la vida, todavía lo sigue siendo.El aislamiento fue un tiempo suspendido, un silencio. La verdadera travesía comienza ahora, que abrimos las puertas y salimos a cruzar los puentes tendidos, a encontrar a quien está del otro lado, sabiendo que podemos transformar los vínculos y lugares en los que buscaremos refugio, cuando llegue una pandemia y también cuando ésta pase. 

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