26/07/2020

Educación: desafíos de la virtualidad

Educación: desafíos de la virtualidad
clases virtuales
clases virtuales

Por: Ana Arriza.Existe hoy una generación de padres de alumnos universitarios que estudió cuando la escuela todavía era más o menos una: tenía un turno y un plan de estudios y -salvo por alguna versión religiosa, que podía presentar algún matiz- un mismo modelo de enseñanza. Y funcionaba. Generaciones de argentinos fueron formados en la escuela de guardapolvos blancos en el tiempo en que el título primario implicaba escribir sin faltas y hacer cálculos a mano, el título secundario equivalía a la entrada al mundo del trabajo y la universidad era garantía de movilidad social.Luego aparecieron muchas modalidades dispuestas a disputarse esos pupitres ofreciendo formación bilingüe, comedores y jornadas completas, aparecieron orientaciones y escuelas con examen de ingreso. Llegaron a convivir una escuela tradicional, donde se pasaba a dar lección, se subrayaba en azul y había que pararse junto al banco para saludar al docente y también una nueva escuela donde se podían usar colores y llegar hasta el cesto a sacar punta sin pedir permiso y hasta llamar al maestro por su nombre.Los que tuvimos la oportunidad de conocer ambas vivimos, ganamos y sufrimos sus más y sus menos: se aprendía la constancia y el orden en una, la confianza y el ejercicio de la libertad en la otra. En promedio, tuvimos lo mejor de los dos modelos. Pero llegamos a la vida universitaria en la época en que médicos e ingenieros manejaban taxis o conseguían becas para irse a continuar sus carreras profesionales en el exterior. Era un momento complejo para la Educación Superior. Como lo es ahora.La Pandemia impuso un cambio de agenda y todo el sistema educativo tuvo que levantar el guante y reinventar modos y espacios para garantizar la continuidad desde la que se construye el saber. En algunos casos, dio impulso para aventurarnos en terrenos que hubiéramos pospuesto de poder elegir: nos forzó a enfrentar limitaciones tecnológicas y resistencias personales. En otros, mostró con crudeza la asimetría de oportunidades que el sistema presencial todavía combatía con convicción. Lo que probablemente no esperábamos era que también pusiera en debate el sentido y la necesidad de la acreditación.La virtualidad se presentó como la solución necesaria para seguir aprendiendo y también para demostrar lo aprendido. Para eso, las Universidades han diseñado dispositivos de varios tipos con los que evaluar a sus alumnos: desde restringir el tiempo de elaboración de un examen para limitar la posibilidad de “googlear” las respuestas, filmarse mientras se resuelve, participar de un encuentro virtual simultáneo que es monitoreado por el docente y más. Pero hecha la ley, hecha la trampa; como la vieja escuela tenía el machete, los alumnos de la Universidad virtual tienen sus propios recursos. Actualmente, se pueden encontrar anuncios en internet que ofrecen la resolución de exámenes en tiempo real o vía whatsapp y la realización de trabajos por profesionales calificados e incluso docentes a un precio a convenir.

Desde que “nos quedamos en casa” algunos han tenido un tiempo libre en el que concentrar toda su atención en los estudios, otros viven -desde su propio living- el momento de examen con menos ansiedad y menos estrés y habrá otros que simplemente encontraron un punto ciego desde el que recibir ayuda para suplir la brecha hasta el “aprobado”.

Por supuesto, habrá nuevas medidas y recursos en los que las instituciones irán avanzando para atender esta nueva realidad. Pero, hasta que eso ocurra, tenemos la tarea de reflexionar sobre cuáles de los pasos dados desde aquella vieja escuela nos llevaron por el buen camino. Indudablemente, hubo muchos: el espacio para expresarse, el aprendizaje colaborativo, la posibilidad del error, la actitud crítica al construir el conocimiento y el compromiso con el medio ambiente son conquistas fabulosas que viven como realidades las nuevas generaciones. Pero en algún punto del debate sobre la evaluación sumativa, formativa y participativa -con miras a reconocer procesos completos y respetar itinerarios personales- podría haberse desdibujado quizás el lugar de la acreditación de conocimientos.Y esa acreditación es la garantía de la Universidad sobre el conocimiento con que sus alumnos egresan y cuya conquista tendría que ser la motivación intrínseca de quien estudia. Porque esos son los conocimientos que precisaremos de los profesionales que construirán nuestras casas y puentes, afrontarán la crisis energética, legislarán nuestras condiciones de empleo o jubilación y que podrán -cuando algo tan impensado como una pandemia ocurra- ser los guardianes de la salud, sin que nadie les envíe por whatsapp la solución para ello.

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