15/05/2022

Historias de La Julia: A caballo hasta Colonia Josefa

Historias de La Julia: A caballo hasta Colonia Josefa
Captura de pantalla 2022-05-14 a la(s) 21.23.13
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Por: Ricardo E. GarbersQuince kilómetros (tres leguas) separaban las casas de La Julia de Colonia Josefa, donde se afincaban tres estancias y varias chacras de alfalfa.Había también una escuela-albergue, un boliche y una estafeta postal. Una verdadera colonia recostada sobre el Rio Negro, en la inmensidad patagónica.Cuando no había tareas que realizar, cuando andar cazando pájaros con la honda había dejado de ser diversión uno buscaba hacer cosas de utilidad, por mínima que esta fuera.Le avisaba a Mimi que al día siguiente iba a ir a caballo a buscar la correspondencia hasta la estafeta de Colonia Josefa y el preparaba la correspondencia a enviar para que sea despachada al mismo tiempo que se recibía la correspondencia recibida hasta ese día.El trayecto de quince kilómetros se realizaba en mas o menos dos horas, dependiendo de cuanto galope quisiera hacer. Eran 6 las tranqueras que había que abrir, la mayoría de ellas apeándose para moverlas por estar viejas y desvencijadas.Tanto el jefe de la oficina postal como su empleado Javier, llamado el jefecito eran muy amables y de gran locuacidad, saludando muy efusivamente y siempre preguntando por todos los de la estancia.
Se despachaba la correspondencia de la estancia y luego se recibían las copias de telegramas ya anticipados telefónicamente, cartas comunes y certificadas y por último los diarios y revistas a las que mi abuelo estaba abonado.No había mas nada que hacer que dar la vuelta e iniciar el regreso. Nos despedíamos enviando los empleados postales los correspondientes saludos a los de La Julia.Se acomodaba el recado, cinchaba, se montaba con la alforja de Guillermo en bandolera y se partía al tranco, mirando a lo lejos los arboles de las estancias y las chacras de la colonia.[caption id="attachment_155108" align="aligncenter" width="512"] Alforja algo similar a la de Guillermo[/caption]Cuando ya se tomaba ritmo iba revisando algunas de las revistas recibidas en el casi imposible desafío de leer algo a pesar del movimiento propio del caballo.Lo realmente posible era ver las fotos del Life, al menos de que se trataba, el epígrafe era imposible de leer.
Un caso realmente imposible era al menos poder leer algo del índice del Selecciones del Reader ?s Digest por su reducido tamaño, aunque era sumamente fácil de manipular.
Tampoco se podía leer las cartas de alguna novia que escribía desde lejos. Había que esperar a llegar de regreso a la estancia para poder saber su contenidoMI abuelo estaba suscripto a La Prensa desde que recuerdo y llegaban vía postal a la oficina de Colonia Josefa.
Algo gracioso era cuando estábamos todos los de Buenos Aires en la estancia ya que había muchos lectores para los cuatro o cinco diarios que llegaban juntos.A eso de las siete de la tarde los mayores se sentaban debajo de la acacia en la parte de atrás de la casa a charlar o a leer los diarios cuando llegaban desde la oficina de correos.Cada uno tomaba un diario y comenzaba a leerlo y siempre había alguno que leyendo una noticia de un hecho que estaba finalizando le quedaba la incógnita de como se había iniciado. Sea un hecho policial, una catástrofe o un accidente, preguntaba a los demás lectores: “Quien me puede decir cómo empezó estehecho?”, para risa de los demás lectores.La lectura de los diarios no guardaba la cronología de los mismos, sino que se leía al azar el diario que estuviera desocupado. Al final todas las historias de conectaban, pero solo al final.Que buenos recuerdos, de mantener el ritmo del trote, oteando en derredor en busca de fauna autóctona o tan solo ovejas y silbando bajito hasta la tranquera siguiente, siempre saludando a los autos que pasaban por la ruta 250 que en esos tiempos era de ripio.Así hasta llegar de regreso a la estancia. Se desensillaba, se bañaba el lomo transpirado del caballo y se acomodaba el recado en el caballete.Luego se tomaba rumbo a la casa principal al encuentro de Don Emilio, mi abuelo, a quien se entregaba todo el contenido postal de la alforja de Guillermo. Siempre preguntaba si había alguna novedad más allá de la corresp0ondencia recibida.La alforja de Guillermo era una especie de maleta de cuero marrón grueso de tamaño mediano a grande, con una hebilla metálica que aseguraba la tapa exterior. Tenia las iniciales EG grabadas a fuego y tenía una faja también de cuero que permitía llevarla en bandolera. Esa alforja siempre estuvo colgada del perchero de pared que estaba justo enfrente del teléfono en el pasillo de la casa grande.Ricardo E. Garbers - Julio 2020
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