28/05/2022

Historias de La Julia: El padentrano

Historias de La Julia: El padentrano
Captura de pantalla 2022-05-28 a la(s) 09.58.27
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Por: Ricardo E. GarbersExtraído de una narración verbal de Emilio Andrich (poeta, narrador y autor de crónicas sobre temas del Valle Medio) a mi padre Pilo Garbers.-Alguna vez Andrich relató una descripción sobre un hombre de campo que vivía en el puesto más alejado del casco de un vasto establecimiento agroganadero del norte de la Patagonia. Dicho puesto estaba conformado por dos ranchos, los corrales de hacienda y la correspondiente aguada.[caption id="attachment_155780" align="aligncenter" width="512"] Puestero con su familia enfrente de su rancho[/caption]Allí vivía solo este hombre que diariamente realizaba las tareas propias de un puestero, recorrer el enorme cuadro de casi cinco leguas de extensión (2.500 hectáreas por legua cuadrada) verificando el estado de los animales, ya sea en servicio, parición o lactancia, ver cómo era la dotación forrajera, básicamente de alfilerillo y paja vizcachera, la presencia de pumas y zorros por sus rastros, el estado de los escasos ojos de agua que solían desaparecer antes de las próximas lluvias y el estado de los interminables alambrados.Esas eran las tareas fundamentales de la recorrida diaria de un puestero, las que eran complementadas por la caza fortuita de algún peludo o piche y en poco frecuentes oportunidades la boleada de algún avestruz o guanaco para consumo propio y de los perros, sus fieles compañeros de trabajo.Después de llegar al punto más alejado del puesto emprendía el retorno, cuando ya apretaba el sol acercándose el mediodía, y a medida que se acercaba a su hogar alzaba la leña que iba necesitando para cocinar y en invierno para calefaccionar aunque sea mínimamente la cocina antes de finalizar el día
Al hombre le decían el padentrano, como oposición del pajuerano, que era la persona de “ajuera” que venía al poblado. Era el padentrano porque vivía “pa dentro”, pa allá adentro, pa dentro del desierto, ese verde mar de jarillas que se pierde en el horizonte, vasto y casi deshabitado.[caption id="attachment_155781" align="aligncenter" width="512"] Gaucho a caballo recorriendo el campo[/caption]El padentrano vivía en el puesto con sus animales, sus perros y la gata, tres caballos de montar con quienes hablaba como de persona a persona, acerca del tiempo o de la posibilidad de seca como de lluvia, de las tareas que iban a realizar, los saludaba a la mañana y los despedía al anochecer.Mantenía un fluido diálogo con ellos, como manera de hacer uso del don de hablar aún en soledad. También tenía diálogo con los pájaros y algunos otros animales que solían rondar el puesto como martinetas y algunas liebres patagoneras que se acercaban tímidamente al puesto.
Todos los meses, en el primer domingo, los puesteros se acercaban al casco de la estancia para ir a cobrar su sueldo y lo hacían montados a caballo llevando de tiro un carro de una sola vara atada al recado porque de paso alzaban los “vicios” que mensualmente entregaba la estancia a cada puestero.Los vicios eran los comestibles no perecederos (azúcar, fideos, yerba, galleta, sal, aceite, cascarilla y harina) que la estancia le daba sin cargo alguno, mensualmente a los puesteros en ocasión del pago del sueldo mensual y que variaban en su cantidad de acuerdo a la cantidad de miembros que conformaban el grupo familiar del puestero. En el caso del padentrano era el solo.El padentrano se iba despidiendo de sus animales cuando partía temprano ese domingo y a medida que se acercaba al casco de la estancia aumentaba gradualmente su silencio. Ya a mitad de camino no le hablaba más al caballo que montaba.Su corto saludo respondía a cada buen día de los demás paisanos a medida que los cruzaba rumbo a la casa principal, donde por la ventana del escritorio se iba pagando los salarios ganados arriba del caballo trabajando con la hacienda.
[caption id="" align="aligncenter" width="640"] Ventana del escritorio a la derecha[/caption]
Primero firmaban el recibo de los haberes, algunos de forma manuscrita con caligrafía dificultosa y otros sencillamente con su huella digital en tinta azul.Al llegar el turno del padentrano, saludaba respetuosamente en voz muy baja, firmaba el recibo y recibía el pago por su trabajo.Un sencillo buen día de despedida marcaba el comienzo de su regreso al puesto distante a mas de 4 leguas (20 kilómetros). La ida y vuelta le llevaba casi todo el día, máxime en invierno cuando el sol asoma después de las 8 y se pone a las 5 de la tarde.A mitad de camino el padentrano empezaba a preguntarle al caballo como estarían todos los animales en el puesto, ya que habían quedado solos por todo el día.Cuando ya estaba finalizando su largo recorrido de regreso, avisaba a sus animales de su arribo en voz alta, anunciando que traía maíz para las gallinas y las demás aves.Por ahí, cada tanto, paraba para alzar algo de leña acumulada en días anteriores, aprovechando la comodidad de transportarla en el carro y ya llegaba al puesto de paredes de adobe y techos bajos saludando con voz firme y alegre a cada uno de sus amigos que habían pasado el día sin su presencia.
El padentrano había recuperado totalmente la capacidad de hablar mediante el diálogo con todos los interlocutores que lo rodeaban cotidianamente.Nota:Aunque el personaje es ficticio, todo lo expresado en la narración contrasta fielmente con el puesto del Fiscal, distante a 4 leguas de las casas de la estancia La Julia. Algunos pocos detalles fueron agregados para ubicar mejor al lector.
Ricardo E. Garbers - Septiembre 2020
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