06/02/2022

Lecturas y lectores: Recuerdos de mis días con Tomás Eloy Martínez en el exilio

Lecturas y lectores: Recuerdos de mis días con Tomás Eloy Martínez en el exilio
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Nuestra colaboradora Aída Arias es una lectora empedernida. Acaba de leer el libro PURGATORIO, obra de uno de sus autores preferidos, Tomás Eloy Martínez, ya fallecido.A raíz de esa lectura surge esta suerte de reflexión sobre una de las épocas más tristes de la historia argentina, la dictadura militar y sus consecuencias.La obra gira justamente sobre esa temática (la tristemente célebre "época de militares" en casi todo el continente), ofreciéndonos Aída también su propio recuerdo acerca del escritor y su derrotero de vida.“Purgatorio” – Tomás Eloy Martínez, Alfaguara – 2008Acabo de leer el libro PURGATORIO de Tomás Eloy Martínez (escritor tucumano que murió en el 2010 a los 75 años), y no pude menos que recordar viejas épocas de mi vida.Conocí a Tomás Eloy allá por 1978 en Caracas. Éramos un sinnúmero de exiliados viviendo en la única democracia de la época: chilenos, paraguayos, uruguayos y argentinos nos habíamos refugiado allí, llegados desde múltiples historias de clandestinidad y arrestos varios. Todos habíamos sido acogidos por Diego Arria, el entonces Ministro de Información y Turismo (del gobierno de Carlos Andrés Pérez), una especie de playboy joven con aspiraciones a la presidencia de Venezuela. Él nos hizo un lugar en un gabinete al que todos llamaban “el Cono Sur”, en franca alusión a nuestra procedencia.Yo trabajaba como novel secretaria del Secretario, un cubano gordito llamado Tony Herrera (a quien le encantaba la heráldica y la genealogía); tenía apenas unos gloriosos 20 años y esperaba mi segundo hijo. Tomás era uno de los tantos “agregados” a ese insólito refugio; muchos de los intelectuales corridos por las dictaduras de turno habían ido llegando allí: Luis Soto de Chile, Julio Blanco de Paraguay, Rodolfo Terragno, Tomás Eloy y Miguel Angel Diez de Argentina… Éramos muchos los rescatados de manos de los militares.Cada tanto, él llegaba a la pequeña oficina donde yo tecleaba memorándums y pedía algo. Tomás tenía una sonrisa franca y unos ojos siempre asombrados, casi ingenuos. Mirado a la distancia, creo que nunca terminaba de entender el porqué de tanto exilio.¿Cuál había sido el “delito” que había cometido Tomás para la dictadura argentina? Haber escrito su libro “La pasión según Trelew” en 1973, donde contaba el fin que tuvieron 16 guerrilleros detenidos en la época en esa ciudad, fusilados por sus carceleros cuando intentaban “fugarse”. Ese libro le había valido la persecución de la que había sido objeto, hasta lograr llegar a Venezuela.Recuerdo que el 25 de mayo de 1978 se hizo una “fiesta patria” en la casa de alguno de ellos; yo asistí con el padre de mis hijos más mis pequeños, uno de año y medio y mi bebé de casi dos meses. Era una típica fiesta de exiliados: todos nos vestimos de azul y blanco y brindamos por la patria lejana. Creo que ahí Tomás Eloy ya había conocido a la escritora Susana Rotker, con quien convivió hasta el 2000.Al poco tiempo yo me volví a Argentina con mis hijos, pero Tomás Eloy continuó viviendo en Venezuela hasta el ’83, año del retorno de la democracia en Argentina.La próxima vez que supe de Tomás (ya habían llegado a mis manos y me había devorado LA NOVELA DE PERÓN y SANTA EVITA) fue en Bariloche, en el 2002. Nos reencontramos con Miguel Angel Diez (que había sido director de la afamada revista MERCADO durante muchos años), muy amigo de Terragno y de Tomás Eloy. Cenando en KANDAHAR, uno de los mejores restaurantes de Bariloche en la época, charlamos sobre Tomás y el resto de la “troupe” caraqueña. Allí supe que dos años antes, Tomás había quedado viudo, y que no la estaba pasando bien. En mi recuerdo seguían apareciendo los ojos afables y la sonrisa un tanto tímida de veinte años antes. Miguel seguía sus pasos de cerca y lo sabía casi inalcanzable en la fama que le había llegado por sus dos ya legendarias novelas, ubicándolo como un autor “clásico” para la crítica internacional.Pasado todo este tiempo y al terminar de leer esta novela del 2008, me encuentro con la pluma franca de un Tomás ya llegando a la última fase de su vida (se enfermó de un tumor cerebral y terminó sus días en Buenos Aires en 2010). Encuentro también las distintas etapas de una dictadura feroz y sus estertores finales, más todo aquello que significó casi una década de infortunios y desapariciones para nuestra nación. Todo ello contado en forma descarnada y austera.Me hubiera gustado (sí, me hubiera gustado muchísimo) volver en el tiempo y prestar más atención a esa alma desterrada que (como la mía) aparecía por el vano de la puerta, en una oficinita del Parque Central de Caracas, pidiendo simplemente un café o una llamada telefónica. Haber conocido mejor las muchas luces y sombras que ya anidaban en ese corazón cansado de ver tanta injusticia junta. Pero yo era apenas una adolescente demasiado ocupada con su propio exilio.Cierro el libro y sigo mirando al pasado, infatigable.

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