08/03/2020

Una historia de amor: María Antonia, la maestra rural que dejó una huella imborrable en el Valle Medio

Una historia de amor: María Antonia, la maestra rural que dejó una huella imborrable en el Valle Medio
María Antonia 2
María Antonia 2

“Nací en 1932 en Paso de Los Molles, Provincia de Río Negro. Es un pequeño paraje cerca de Bariloche”, se presenta María Antonia Galván. Y en sus primeros recuerdos asoma el negocio de Ramos Generales en el que trabajaba su papá, el sustento de la familia.Cuando tenía 2 años falleció su mamá. Con sus 7 hermanos ayudaban en los lanares que traían de los campos durante la esquila.“Como mi papá tenía conocidos por su trabajo, me enviaron internada al Colegio María Auxiliadora de General Roca”, cuenta María Antonia y agrega que ahí estudió toda la primaria. Después la enviaron a estudiar a Neuquén; “ahí hice primer y segundo año de la secundaria, luego las monjas me enviaron a estudiar al María Auxiliadora de Bahía Blanca donde al finalizar mis estudios me recibí de Maestra Normal Nacional”.Una vez que se recibió en 1952, le contaron que había una escuela rural que no tenía maestra. Entonces con todas sus ganas de enseñar,  fui a Naupahuen, un paraje ubicado en el Departamento El Cuy. Después de viajar varias horas en colectivo y en tren, llegó a la escuela Rural Nro. 83 que no tenía nombre. "Recuerdo que era un salón, con techo de paja, paredes de adobe y piso de tierra. Teníamos calefacción en una estufa, y cada tanto les dejaba tarea a los chicos y salía a buscar leña para poder calentarnos. En esa escuela llegué a tener 70 alumnos, de todas las edades, así que hice dos turnos, mañana y tarde. Allí era Directora, maestra, todo", recuerda.[caption id="attachment_110379" align="alignright" width="402"] María Antonia[/caption]Las fotos grabadas en su memoria retrata a chicos que venían de alpargatas y a caballo. Nadie faltaba, aunque estuvieran enfermos; "ahí colaboraba una señora que no cobraba sueldo ni nada, solo colaboraba, así que ella les preparaba de comer para los chicos, que en muchos casos vivían en otros parajes o en campos muy metidos en los montes"."Me supe ganar el cariño y el respeto de todos los chicos. Pasábamos mucho frío. Una vez tuve que romper la parte de arriba de una puerta para que pudiéramos tener un poco más de luz para seguir con las clases. Empecé a tener reuniones con los papas de los chicos, muchos de los cuales no sabían leer ni escribir, pero al momento en que podían ayudar, lo hacían sin ningún inconveniente. Con los papas armamos con mucho sacrificio otro salón con las mismas características que la primera aula, pero ahora podía enseñar mejor, porque los podía distribuir por edades y temas a estudiar", dice y la emoción parece acaparar su voz.Ya con lágrimas que intentan escaparse de los recuerdos de la escuela, María asegura que "todo esto lo hice simplemente porque tenía vocación, quería enseñar".

"Yo tenía frío y había tratado de arreglar lo poco o mucho que teníamos en la escuela", cuenta y recuerda la expresión del supervisor. "Querida, ¿que estás haciendo acá? te vas a morir en este paraje". Le ofreció, entonces, trasladarse a la escuela rural 77 de Paso Piedra.

El supervisor que estaba en Viedma en ese momento iba dos veces al año a la escuela de María. Nada más a mirar y tomar notas de lo que se hacía. No era fácil llegar al lugar. El recorrido era toda una travesía. Un supervisor decidió encontrarse con la escuela rural de Naupahuen. De la capital de la provincia se trasladó hasta Neuquén y de ahí en tren hasta la Picasa, otro pequeño paraje y luego, finalmente en bote cruzó el Río Limay. Desde ese lugar lo llevó un puestero a caballo hasta la escuela.[caption id="attachment_110389" align="alignleft" width="384"] Escuela de Naupahuen[/caption]"Yo tenía frío y había tratado de arreglar lo poco o mucho que teníamos en la escuela", cuenta y recuerda la expresión del supervisor. "Querida, ¿que estás haciendo acá? te vas a morir en este paraje". Le ofreció, entonces, trasladarse a la escuela rural 77 de Paso Piedra, que -reconoció- no sabía dónde quedaba. Aceptó la propuesta aunque los sentimientos anudaron su garganta por los 7 años en Naupahuen.Llegó en tren a la vieja estación de Choele Choel. Fue un día domingo de 1960. Se acuerda que habían sólo dos taxistas esperando ahí. Uno de apellido Córdoba Gilberto y otro, Ostertag. El primero la llevó hasta el Hotel Segura que se ubicaba en el lugar dónde hoy está la Cooperativa Obrera. "La grande", aclara. La recibió la directora de la Escuela 10, Scude Clelia.Con tan solo 28 años y con muchos nervios, ansiedad afrontó su nuevo desafío. Choele era todo campo, las calles de tierra. "Ya estaba en mi nuevo lugar en el mundo", pensó.Cuando llegó a la escuela 77, vio que los hombres jugaban un partido de fútbol. La mayoría eran productores y otros, alumnos. Las mujeres hacían ensaladas, y los hombres un asado. "La fiesta no era por mí", aclara sonriente, "parece que siempre se juntaban los domingos a compartir".

"Cómo me gustaría que me recuerden?", se pregunta y medita por un instante la respuesta. "Como María Antonia, la maestra rural".

"Llegó la maestra, llegó la maestra", gritaron los chicos mientras corrían para recibirla. Su presencia interrumpió el tradicional hábito dominical. Para ella, fue una recepción inolvidable. Todos se acercaron y se reunieron para escuchar su historia. Una vecina, también de apellido Galván, le ofreció una pieza que tenía libre en una chacra que quedaba a 300 metros de la escuela. "Si bien era una escuela chica, con pocos salones, tenía a mi cargo 30 chicos. Todos de las chacras", apunta.Un día le dieron la noticia que podía tilularizar, entonces viajó a Viedma para rendir. Un joven Carmelo Lapergola, que hacía el recorrido Choele Choel - Viedma la llevó. Luego fueron grandes amigos con su familia. "Había una comunidad tan linda en Paso Piedra, sobre todo muy unidos".[caption id="attachment_110384" align="alignright" width="512"] Escuela de Paso Piedra[/caption]La comunidad del lugar hacía choripanes y bailes familiares para reunir el dinero necesario para poder construir un aula más. Un día llegó el grupo Novillo de Darwin para colaborar. Y de esa forma pudieron cumplir el objetivo. También sumaron un nuevo salón, con mucho sacrificio. "Hoy, ese salón, ya no está. Es cimiento del nuevo salón. Me emociono cuando me llevan a visitarla", reconoce María, que pasó 23 años de su vida en la escuela.Los pasillos de la vida la llevaron a encontrarse con Eleodoro Carreras, hermano de la señora que la hospedaba. Se casaron en 1961 y tuvieron tres hijos, María Inés, Darío y María Teresa. Eleodoro trabajaba en el ferrocarril y después se hizo cargo de una chacra que había comprado el papá de María Antonia. "Lo traje a vivir con nosotros, y luego falleció en esta ciudad", recuerda."Cuando hablamos de trayectoria en un lugar, a mi me da tranquilidad, ya que fui parte de la educación de muchos chicos humildes de la Línea Sur y de Paso Piedra. Participé en la formación de los maestros que siguieron mis pasos", dice orgullosa y agrega que nunca participó de los paros porque no quiso perjudicar a los chicos.María Antonia señala con alegría que el lugar que ocupa hoy la mujer es muy importante, antes imposible. "Siempre digo que las mujeres son el eje fundamental, en la familia, en lo laboral, y en la sociedad. Hoy tenemos una gobernadora", dice sonriente."¿Cómo me gustaría que me recuerden?", se pregunta y medita por un instante la respuesta. "Como María Antonia, la maestra rural".Leer más:https://7enpunto.com/la-participacion-politica-de-la-mujer-en-el-valle-medio/ 

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